domingo, 23 de agosto de 2015

Freud. El malestar en la cultura. Psicoanálisis: Eros y Tanatos.


Luis Felipe Díaz (Ph.D.)
Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras


Sigmund Freud


"el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que solo osaría defenderse si se le atacara, sino por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, pero aprovecharlo sexualmente, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo homini lupus: quien se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias de la vida y de la historia" (Freud. cap. V, El malestar en la cultura).

Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí. En este periodo de la vida, querido Sócrates –dijo la extranjera de Mantinea–, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en sí. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro… ("Banquete", Sócrates, Platón)

MITOLOGÍA GRIEGA

En la mitología griega Tánatos (en griego antiguo Θάνατος Tánatos, ‘muerte’) representa la personificación de la muerte no violenta, y tiene como hermano gemelo a Hipnos, el sueño. La muerte violenta era el dominio de sus hermanas, las Keres, amantes de la sangre y asiduas al campo de batalla. Su equivalente en la mitología romana era Mors. De aquí que Eros y Tanatos se relacionen con lo indeal creado pero también con el otro despreciado y sometido a la violencia destructiva. 
   Tanatos era criatura de una oscuridad escalofriante usualmente representada como un joven alado con una tea encendida en la mano que se le apaga o se le cae. Homero y Hesíodo lo consideraban hijo de Nix, de la noche, y gemelo de Hipnos. Ya en la modernidad nuestra, Tanatos es explicado no tanto mediante el mito sino a través de las teorías psicoanalíticas y como fuerza del subconsciente. No obstante, se sostiene la relación por cuanto en sus inicios Tanatos es relacionado como el espacio más recóndito y oscuro de los muchos ámbitos enmarcados en mayor y distante opacidad.
     En la mitología griega, Eros (en griego antiguo Ἔρως) era el dios primordial responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como dios de la fertilidad. En algunos mitos era hijo de Afrodita y Ares, pero según “El banquete” de Platón fue concebido por Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza), en el cumpleaños de Afrodita. Esto explicaba los diferentes aspectos del amor. El personaje Sócrates, de Platón (El banquete), aplicará eros más a los ideales de la belleza relacionada con la virtud del profundo amor al saber (la filosofía). Si bien podemos intuir que había en estos aspectos en Sócrates una dialéctica muy irónica sobre el eros según era entendido por el saber de los hombres, Platón lleva el discurso a un nivel de conocimiento metafísico que aleja de lo corporal. En el Banquete Sócrates alude al saber de la sabia Diotima, que nos permite rearticular y deconstruir con ironía muchas de las narrativas y construcciones andronormativas del eros (tan masculinizantes en la cultura hasta hoy día).
     La tradición iniciada por Eratóstenes, nos dice que Eros personificaba principalmente el patrón del amor entre hombres. Afrodita presidía el amor de las mujeres por los hombres y su estatua podía encontrarse en las palestras. Era uno de los principales lugares de reunión de los hombres con sus amados, y a él hacían sacrificios los espartanos antes de la batalla. Del mismo "El Banquete"; 385 aC.) de Platón (quien se propone seguir el socratismo) un yo delirante y narcisista, atrapado en su espejismo y enamorado inicialmente de la masculinidad, termina exaltando mediante lo que se considera Bello, el Bien y la Virtud. Eros aparece dominado por la Filosofía. La razón suele resaltar la belleza corporal en su aspecto formal y no será hasta el filósofo Nietzsche en el siglo XIX que se superen estas perspectivas culturales. De estas y del Positivismo se nutrirán las ideas freudianas que habremos de considerar. Pero continuemos con el mito. 
     Parece haber dos aspectos en el pensamiento griego en la concepción de Eros. En el primero se ve Eros como una deidad primordial que encarna no sólo la fuerza del amor erótico sino también el impulso creativo de la eterna floreciente naturaleza, la Luz primigenia responsable de la creación y el orden de todas las cosas en el cosmos. En la Teogonía de Hesíodo, el más famoso de los mitos de creación griega, Eros surgió tras el Caos primordial junto a Gea, la Tierra, y Tártaro, el Inframundo. De acuerdo con la obra de Aristófanes, Las aves, Eros emerge de un huevo puesto por la Noche (Nix), quien lo había concebido con la Oscuridad (Érebo). En los misterios eleusinos era adorado como Protógono (Πρωτόγονος): el ‘primero en nacer’.
     Aparece luego la versión alternativa que hacía a Eros hijo de Afrodita con Ares (más comúnmente), Hermes o Hefesto, o de Poros y Penia, o a veces de Iris y Céfiro. Este Eros era un ayudante de Afrodita, guía de la fuerza primordial del amor y que la llevaba a los mortales. En algunas versiones tenía dos hermanos llamados Anteros (la personificación del amor correspondido), e Hímero (la del deseo sexual).
     Dafne era una joven y graciosa dríade —ninfa de los árboles—, que vivía tranquila pasando el tiempo entre la paz de los bosques y el placer de la caza, cuando su vida fue trastocada por el capricho de dos dioses: Apolo y Eros. 
     Apolo, orgulloso de haber matado a la temible serpiente Pitón, se atrevió a burlarse del dios Eros, por llevar arco y flechas siendo tan niño. El dios del Amor, profundamente herido por las palabras de Apolo, voló a la cima del monte Parnaso y preparó su venganza. Eros tomó dos flechas, una dorada bien puntiaguda, destinada al corazón del dios, que lo hizo enamorarse locamente de la ninfa; y otra despuntada, de plomo, que provocaba desprecio y desdén, para Dafne. De este modo ésta juró no pertenecer jamás a ningún varón. Enloquecido, Apolo comenzó a perseguir la ninfa que siempre huía de él, hasta que un día, la sorprendió escuchando su canto y trató de seducirla con palabras encantadoras. Sin embargo, ella le suplicaba que la dejara. Dafne aterrorizada se echó a correr hacia las montañas. Pero, poco a poco, Apolo fue reduciendo distancias y cuando iba a darle alcance, puesto que se encontraba ya cansada, rogó a sus padres por ayuda. Éstos oyeron su súplica y cuando ya estaba entre los brazos del dios empezaron a trasformar su cuerpo en una planta de Laurel: “De sus pies iban saliendo retorcidas raíces, mientras toda su suave piel se recubrió de una dura corteza, sus extremidades se convertían en frondosas ramas y sus uñas se alargaron en hojas multiplicadas con mágica velocidad”. Pronto sus cabellos formaron un denso ramaje y su rostro, rayado de lágrimas, desaparecía en la cima del árbol” —cita del poeta Ovidio.
         La transformación terminó bajo de los ojos del dios que, aún abrazado al tronco, oyó los latidos del corazón de su amada dentro de la nueva corteza. Declaró que desde ese momento el laurel había sido consagrado para su culto en recuerdo de su amor por Dafne. De ahí que los ganadores del concurso Pítico, juegos creados por Apolo tras llegar al Monte de Delfos, recibieran como premio una corona de hojas de laurel. [Lo anterior son simples ejemplos de cómo se dieron algunas narrativas del mito, que aparecen en cualquier diccionario].

     Como representante de la muerte Tanatos es un mito que cuenta con menos literatura que Eros. Ha sido opacado por Hades (el inframundo), pero como mito aparte es hijo de Nix (la noche) y hermano gemelo de Hipnos (el sueño). Está relacionado con el lugar céntrico de la casa, pero es el lugar más oscuro y puede representar el nacimiento y a la vez la muerte. Cumplía el destino de las Moiras —las personificaciones del destino. La muerte violenta era más bien del dominio de las Keres, habituales de los campos de batalla por su inclinación a la Sangre. Pero Eros y Tánatos han sido distintivos temas universales Unidos, pero antípodas) que siempre han inspirado a los poetas y que dan cuenta del psicoanálisis profundo en el siglo XX. Si bien aparecieron, en la mitología clásica, han sido considerados como representaciones colectivas que manifiestan el inconsciente de la comunidad en un sentido antropológico y simbólico universal. Como conceptos antagónicos son complementarios a las dualidades, binarismos y dialécticas que acompañan el proceder humano. Eros es la fuerza que anima hacia la vida (el deseo, el amor, la supervivencia) y Tánatos, con una fuerza similar, impulsa a anular esa pulsión por la vida (representa la violencia, la aniquilación, la destrucción, el olvido, la muerte). Cuando el sujeto busca más allá de su narcisismo solo cobrará conciencia del espejismo de su mismidad que llevan al desencanto y la violencia contra el Sí mismo (el espejo) que es su otro (Kristeva: 99). Así se entiende este mito desde la fábula de Narciso que parece en el tercer capítulo de la Metamorfosis (terminada circa s. 8 dC.) de Ovidio (42 aC-17 dC). Nos presenta a Narciso, inclinado sobre una fuente para refrescarse en el transcurso de una cacería, y se apodera de él una sed que no puede saciar. Se expresa una imagen erótica entre Narciso y su doble en un vértigo de amor por el otro y frustración al no saciar su sed con el sí mismo. "La tragedia alcanza un grado superior cuando Narciso, en el momento en que sus lágrimas agitan el agua de la fuente, se da cuenta de que esta imagen amada es la suya, y que, además, puede desaparecer: como si hubiera pensado que, ya que no podía tocarle, podía al menos contentarse con su mera contemplación [...], lo que ha resultado también imposible. Desesperado, "golpea su pecho desnudo con la palma de sus manos de mármol". Narciso muere, así, la borde de su imagen... . En una extraña resurrección, la flor de narciso ocupa su lugar" (Kristeva: 90).
     En la teoría psicoanalítica del siglo XX, Tanatos se conoce como la pulsión de muerte, opuesto a Eros, la pulsión de vida. La “pulsión de muerte”, considerada por Sigmund Freud, señala el deseo (inconsciente) de abandonar la lucha por la vida y volver a la quiescencia y la tumba. Estas ideas se prestan a varios debates más adelante expuestos por H. Marcuse, J. Lacan, M. Foucault, G. Bataille y otros. Se podría argumentar que la disciplina del psicoanálisis, pese a que es una ciencia especulativa, posee vínculos con la mitología, una manera poética y cosmogónica de explicar la conducta humana. No obstante, no debemos descartar que lo mitológico y lo poético puedan asistirnos en el entendimiento profundo de la conducta humana, sus estructuras, su historial, su filosofía. Del mito surge el deseo de explicar el misterio de lo humano, especialmente mediante el psicoanálisis y la hermenéutica (la filosofía del lenguaje), tal vez los nuevos modos de narrar, el mito (la posible poética) de nuestros tiempos. Paul Ricoeur es uno de los filósofos que más profundamente ha estudiado varios de estos conceptos freudianos (Freud: una interpretación de la cultura, 1965). Singularmente lo es también Julia Kristeva, mediante su libro, Historias de amor (México: Siglo XXI, 1987). Para ellos, el amor está integralmente vinculado a Narciso (el narcisismo y la transferencia en términos psicoanalíticos). Narciso es de una belleza deslumbrante como engañosa (de un eros espejístico que proporciona tanto el amor como la violencia conducente a la aniquilación y la muerte). La filosofía existencialista de mediados del siglo XX se enfrenta ya de manera compleja y innovadora a estos aspectos del eros y el otro (Simone de Beauvoir, J. P. Sartre).
    En estos aspectos, últimamente hay que tener presente lo siguiente, siguiendo a Bataille: Existe un oculto impulso y discurso en el sujeto (el llamado hombre) que sigue activo sin el consentimiento de la conciencia, pero que ésta no lo ratifica, pues pasa desapercibido. Se trata del impulso animal, que no advertimos y que sólo se hace patente en forma de caída, de pecado: en forma de culpabilidad. Siempre que lo captamos, lo pensamos negativamente, como transgresión de la normalidad. La transgresión no consiste en el desconocimiento de la norma o en la insensibilidad de la misma, sino, al contrario, en una firme observancia del orden social, que requiere, a modo de oxigenación, de excepciones. La transgresión pone en juego el placer de la libertad, pero también la angustia de la culpa (Belén Rodríguez Castellanos). A través de la culpa, la represión, el arrepentimiento o el simple deseo animal de agresión, Eros sigue viéndose agredido por la fuerza de Tanatos.

Eros y Tanatos. El malestar de la cultura de Sigmund Freud


 Para los filósofos y los investigadores de las ciencias sociales "la sociedad es la que crea los programas mentales que rigen el comportamiento humano.  En cambio, muchos biólogos sostienen todo lo contrario, es decir,  que los seres humanos disponemos de un arsenal de instintos —una naturaleza humana— que procede de nuestro pasado más remoto. Esta opinión resulta tan molesta para algunos que la pasión que sienten en este tipo de discusiones les impide ver con claridad."  

(Michael P. Ghiglieri. El lado oscuro del hombre. 
Los orígenes de la violencia masculina. 
Barcelona: Matema, 2005:26).



En la actualidad, en los siglos XX y XXI, estos mitos arriba aludidos pasan a ser, entre otras versiones, modelos típicos para explicaciones psicoanalíticas del proceder del sujeto, la sociedad y la cultura en general en lo referente al amor y la violencia (que lleva a la muerte o al deseo de ejercer la misma). Importante, en este aspecto sigue siendo primeramente la figura de Sigmund Freud (1856-1939). Según el Diccionario de psicoanálisis de J. Laplanche y J. B. Pontalis (Barcelona: Paidós, 1997), el psicoanalista austriaco, Sigmund Freud, define el término pulsión (eros) como un proceso dinámico consistente en una carga energética, de un impulso vital que lleva al organismo hacia un fin, hacia una fuente de excitación corporal, un estado de tensión impulsora de lo principalmente erótico (no necesariamente en el sentido del coito). En ese estado de tensión se produce el deseo del sujeto y la in/satisfacción que puede producir lo social-afuerino cuando le es antagónico (o placentero), y más en el interno inconsciente que posee su propia "lógica" (muchas veces contraria a la que frontalmente se presenta). Ante la incorporación psíquica del objeto del deseo, la pulsión puede alcanzar su fin ya sea placentero o contrario (el malestar, el dolor). Si bien la pulsión procede inicialmente del instinto (animal), llega a algo más, pues en esa energía de imágenes psíquicas media un sujeto “razonable” (con un ego o consciencia de sí y deseo amplio —no necesariamente genital— de amar). La sexualidad a nivel de descargue físico y psicológico adquiere su mayor relevancia (simbólica) en este aspecto que no sólo es en lo individual orgánico sino en el malestar/satisfacción social a nivel amplio. Tal es el inicial lenguaje que ha dado un giro más completo al mito de Eros y Tanatos, al amor y a la violencia que lleva a la muerte. Pero veremos que el mito proporciona origen y desarrollo a la cultura y la civilización, y que los impulsos no dejan de relacionarse con las exigencias animales que perduran en el cuerpo humano (y que no dejan, a su vez, de ser parte de la cultura, aunque no sea tan visible). No debe descartarse que esas "exigencias humanas" aún perduran en el desempeño cotidiano y teórico de la humanidad. No hay cultura, lenguaje, deseo, sin un cuerpo. Este cuerpo a su vez posee un lenguaje que antes que cultural es biológico, está codificado en la materia orgánica. Del cerebro surge la mente, el pensamiento y el signo (lenguaje). Esta proposición es materialista antes que idealista.
     En El malestar en la cultura (1930) el judío-alemán, Sigmund Freud (1856-1939), nos plantea que el sujeto humano puede sentirse altamente insatisfecho dentro de la cultura moderna (de principios de siglo XX). Esa insatisfacción le viene principalmente de su propensión innata —en lo erótico y la agresividad— a ejercer una conducta que lo podría llevar al malestar que conduce a la destrucción. La cultura externa (y almacenada en la consciencia) le permite controlar esta agresividad e internalizarla bajo la forma de Super-yo (la prohibición de la Ley del Padre, la auto-imposición del No y la represión). Siendo así puede también dirigir la agresividad contra su yo propio, alcanzando así un estadio masoquista o autodestructivo que sustituye la agresión que podría ejercer hacia el otro allá afuera del Yo mismo. El homicidio y el suicidio están íntimamente vinculados. 
     En 1927, en El futuro de la civilización, Freud argumentaba que la religión contribuyó a la organización primigenia de la cultura humana. La religión llevó a domesticar y canalizar los instintos humanos y creó un sentido constructivo de la conducta en la comunidad primitiva, y proporcionó una conciencia positiva de organización y adelanto cultural. Pero a la misma vez este desarrollo de la conciencia humana dejó una noción de obediencia colectiva a un Poder (Dios-Padre) imaginario que restringió el libre desarrollo de la libertad en la conducta humana individual (y contribuyó a retener los impulsos de agresión contra todo deseo de disidencia). El malestar en la cultura fue publicado en 1930 y mediante su análisis Freud se adelantó (sin explícitamente proponérselo) en preconizar las atrocidades cometidas por los dirigentes culturales como impulso de lo que se acaba de explicar. De tal modo ha sido la cultura mediante la Primera Guerra Mundial, el holocausto Nazi, los encarcelamientos y crímenes estalinistas, las bombas lanzadas en Japón por los Estados Unidos y hasta podríamos incluir el conflicto en Viet Nam durante los años 50 y 60. En el siglo 20, el genocidio cometido por la fuerzas imperiales (ya tan irracionales como las del nazismo, y como las liberales de los europeos y norteamericanos) son muestra de esta agresión animada por un Tanatos internalizado en la cultura (de cada sujeto). Cuando no se satisface el deseo de amar, el instinto busca la destrucción y la muerte. Lo que había sido el análisis de la conducta individual es llevado a la neurosis y psicosis en la cultura a nivel colectivo, y de las cuales todos somos capaces en la medida en que nos forma una cultura más dada a agredir que a amar. Para Herbert Marcuse (en Eros y civilización) esta es la sociedad del capitalismo. Pero Freud mismo no alude a estos aspectos tan ideológicamente concretos como lo realiza Marcuse.
     Nos plantea Freud a principios del libro El malestar en la cultura cómo había escuchado decir que el ser humano tiende a desarrollar un “sentimiento oceánico” de eternidad, de infinitud y de unión con el universo, en un abrazo con el todo, sentimiento que lo lleva a convertirse en un ser religioso, anhelante de ser parte de una trascendencia. Tal sentimiento está en la base de toda religión, y muchas otras tendencias y actitudes que explica en lo que sigue del libro y que a la larga considerará un tipo de imaginario (según vemos hoy día) que alivia la tensión y la frustración del Yo ante el panorama de la posible destrucción y el aniquilamiento, del deseo animal y primitivo de agresión que permanece en el subconsciente. Al sentirse parte de la protección de Dios el sujeto se ve acogido dentro del seno de la casa familiar para retener la protección de un Ente supremo que le confiere sentido a la existencia, pero con temor y culpa. Se trata de la cultura patriarcal dentro de la cual nos movemos desde hace siglos, inicial motivo del malestar cultural.
     Nuestro Yo proporciona de un estado de la consciencia que separa de lo que está fuera del ser (lo exterior), y que tiene un lado interno como ámbito (biológico-simbólico) que se le ha llamado el Ello (Id). Pero desde inicios, el sujeto lactante no posee tal distintiva demarcación. Comienza a definirse desde lo exterior, diferenciándose del objeto displacentero que queda afuera de él/ella (el mundo que la rodea). El Yo se va separando del Todo y logra diferenciarse del mundo exterior, pero con un sentimiento traumático de separación de lo que cree fue un estado originario y de estabilidad (la madre, principalmente).  (Jaques Lacan y Julia Kristeva ofrecen más adelante en la historia una explicación más coherente de este nivel infantil). Ese estadio psíquico queda como una capa en desarrollo hasta alcanzarse la adultez. Pero ya se ha establecido una opacidad en el significante que forma el Yo en relación con lo que se concibe desde la madre y la imagen de ese yo. El desamparo infantil lo llevará más adelante a percatarse de la figura del padre y su autoridad (Super-yo), a reconocer el mandato represivo que lo separa del inicial placer-protección que ofrece el nido materno. Freud ve este proceso de estadios como expresión del desarrollo simbólico y biológico del individuo que desea la permanencia con la madre y rechaza (desafía) al padre. (Más adelante el psicoanalista Jacques Lacan (1901-1981) explicará estos aspectos en términos lingüísticos (el Imaginario-Simbólico codificados en la (sub)consciencia). Interpretar que el infante desea tener relaciones con la madre y matar literalmente al Padre es un criterio equívoco de la academia principalmente norteamericana, que le ha dado absurdamente una interpretación realista y errónea a estas ideas de Freud. Las interpretaciones deben ser hermenéuticas, simbólicas y asistidas por la semiología que nos proporcionan las teorías contemporáneas (Paul Ricoeur). Se trata de la relación teórico/simbólica del sujeto con la realidad y consigo mismo y no de interpretaciones realistas y simplistas que nos mantienen en el racionalismo del siglo XIX. Esto no lleva tampoco a descartar que a nivel realista un individuo mate a su padre porque está enamorado de su madre o una de sus hermanas, lo cual llevaría a una noción subconsciente de severa culpa.
     En el capítulo dos Freud nos habla del peso de la vida que lleva a buscar tres posibles direcciones: distracción en alguna actividad, búsqueda de satisfacciones sustitutivas (como el arte), o uso de narcóticos para evitar y enajenarse del sufrimiento. La religión es uno de esos alicientes de sentido y placer en la vida, junto a otras salidas como las del hedonismo, el estoicismo. También se pueden eludir las frustraciones causadas por el mundo exterior, canalizando el instinto hacia satisfacciones artísticas o científicas, lo que se reconoce como sublimar. Son maneras de enfrentarse al mundo externo ante el sentimiento de insatisfacción que comienza a tener el individuo en la sociedad. Más adelante los analistas se darán cuenta de que esta insatisfacción proviene de la "razón instrumental" del capitalismo que deshumaniza al individuo en la sociedad moderna del los siglos XIX y XX.
     En el tercer capítulo Freud refiere a las fuentes del sufrimiento humano ante el poder de la naturaleza, la caducidad del cuerpo, y la insuficiencia que se puede tener en cuanto a regular las relaciones sociales. Si bien las primeras dos son inevitables, en cuanto a la tercera, la obediencia a lo social no suele brindar satisfacción o lo contrario. En este aspecto, en que se puede producir una gran hostilidad hacia lo social, es que emerge el trauma. La cultura es precisamente la expresión que habrá de distinguir al sujeto humano de los animales, protegerlo de las amenazas de la naturaleza y de otros grupos. Pero también la cultura reclama equilibrar las relaciones sociales y subyuga al sujeto a obediencias. Para el logro de esto último el sujeto en la sociedad habrá de restringir o reprimir sus instintos de libertad y voluntarismo y obedecer a un contrato social que permita la estabilidad social (donde "el lobo creado no se coma al hombre") y lo refrene de sus impulsos primitivos de apoderamiento y agresión (lucha de Eros y Tanatos). Pero no siempre resulta así pues pueden, después de todo, dominar los instintos de agresividad.
     En estos aspectos Freud reconocerá una analogía entre el proceso cultural y la evolución libidinal del individuo. Aquí los instintos pueden seguir tres caminos: pueden sublimarse, se consuman para procurar placer (por ejemplo, el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), que producen frustración o satisfacción neurótica. De este último caso deriva mucho de la hostilidad hacia la cultura y hacia el "otro". por eso es que estos impulsos inconscientes pueden pasar desapercibidos y son algo invisibles (fantasmales).
     En el capítulo cuarto Freud atenderá los factores de los orígenes de la cultura y que llevan al individuo a su posterior desempeño (malestar). En un principio el sujeto humano entendió, en su estadio primitivo, que para sobrevivir tendría que organizarse junto a otros humanos. Anteriormente (en Totem y Tabú, 1913) ya Freud había indicado cómo la familia primitiva se amparó en una alianza fraternal. En esa cultura primitiva el padre acaparaba las hijas, los hijos se rebelan y lo matan (todo esto hoy día no debemos ver esto como una narrativa literal, sino expresión simbólica del desarrollo humano). Luego de ello se crea un desorden por la falta del liderato que ofrecía el padre; y el miedo al exterminio lleva a conferirle el Poder a una instancia superior (como los tíos, las madres, los tótems, dioses). El establecimiento de restricciones y tabús darán entonces apertura a la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el individuo mismo. Surgen estructuras fuera de la conciencia del sujeto, que debe obedecer si quiere participar de un orden (contrato) social. Y si bien esta acción generó amor hacia toda la humanidad, no anula la satisfacción sexual que busca lo instintivo dominado por el subconsciente profundo de un Deseo pulsional de desobediencia y violencia.
     De ahí emerge el conflicto entre Eros (el Deseo de satisfacción personal) y la obediencia cultural. El amor se opone a los intereses de la cultura, y ésta lo amenaza con restricciones, prohibiciones y leyes. La cultura tiende a restringir la libre y primitiva sexualidad (no sólo en un sentido literal sino simbólico-cultural) ya que esa cultura requiere energía para su propio consumo y desarrollo. Esa energía paradójicamente es su contrario; hay una dialéctica en este aspecto de que no puede haber un eros sin la expresión de la fuerza contraria. Esa es para Freud la compleja naturaleza humana. Ya J. G. F. Hegel (1770-1831) había explorado mediante la filosofía muchos de estos aspectos dialécticos empleados por Freud. Para Hegel es el amo quien construye (mediante la violencia) al esclavo, y este último mediante la subalternidad construye (en el imaginario) al amo. Ambos polos en su reverso se encuentran; en una especie de serpiente que devora su propia cola, un Uroborus que une el presente con el pasado, creándose una trilogía con la reflexión sobre el proceso, que es tal vez una "eterno retorno".
     En el capítulo quinto vemos que la cultura busca sustraer la energía del amor, para derivarla a lazos libidinales que unan a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla (“amarás a tu prójimo como a ti mismo”). No obstante, también existen inevitables tendencias agresivas hacia los demás. No se entiende porqué se debe amar a otros cuando no se lo merecen en cuanto son rivales que no recapacitan y solo expresan su lado tanático. En este aspecto la cultura no sólo restringirá la agresividad, sino que llevará al sujeto a no encontrar, por completo y de manera satisfactoria, su felicidad en las relaciones sociales.
     En su ensayo, “Más allá del principio del placer” (1920), habían quedado postulados dos instintos: el de vida (Eros), y el de agresión o muerte. Freud habla de una compulsión a la repetición, pero no es lo suficiente para imponer el “principio de placer” (el Deseo del Yo) ante el “principio de realidad” (la cultura). Ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse, como por ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, o sea preserva su vida. La libido es la energía del Eros, pero más que ésta, es la tendencia agresiva (Tanatos) el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos hacen peligrar la misma sociedad, pero  ésta no se mantiene unida solo por necesidades de sobrevivencia,  y de aquí la necesidad de generar lazos libidinales entre los miembros.
     En el capítulo siete Freud nos habla de cómo la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un Superyo, una conciencia moral, que a su vez será la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad de buscar un castigo (la memoria de la antigua autoridad del padre). La autoridad es internalizada, y el Superyo tortura al yo “pecaminoso” y desobediente, generándole todo esta fuerza una gran angustia. La conciencia moral actúa en forma severa cuando las cosas no resultan como lo esperado (lo que lleva a realizar luego un examen de conciencia). Ambas instancias obligan a renunciar a los instintos, pero el sentimiento de culpabilidad no logra suprimir el deseo del eros. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige renuncias instintivas profundas. Se necesitó del despliegue del pensamiento nietzscheano de la última mitad del siglo XIX para que Freud pudiese desarrollar estas ideas mediante las cuales se rompe con los mitos cristianos.
     En el capítulo octavo Freud nos explica cómo el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad, y todo por aumento del sentimiento de culpabilidad y la vigilancia que ha causado la represión de los instintos posiblemente liberadores (los de Eros). Con el creer que se debe obtener un castigo se alcanza un masoquismo hacia el yo, bajo la influencia del Superyo sádico.
     Freud termina concluyendo que en la génesis de los sentimientos de culpabilidad están las tendencias agresivas internalizadas por el sujeto en la cultura (el malestar en la cultura), además de las que ya posee de su propio origen biológico. Al no darle paso a la satisfacción erótica, devuelve la agresión sí mismo, que ha creado prohibiciones, y esta agresión es canalizada por el Superyo, donde se almacenan los sentimientos de culpabilidad. El Superyo cultural también puede imponer rígidos ideales con la creencia de alcanzar así estabilidad y sobrevivencia.
     El destino de la especie humana entonces dependerá de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a su propia agresividad. En ello juega un papel decisivo la aparición de Eros (que Freud no ve como algo tan posible). Un grupo de alemanes de la Escuela de Frankfurt de los años 30 (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Benjamin, Arendth) se enfrentaron a estos mismos debates de Freud y lo realizaron de una manera más exitosa por haber incluido en ello la sociología marxista y materialista de la sociología, y a Max Weber, 1864-1920). Todos ellos estaban enfrentándose a una Alemania que se acercaba al fascismo de Hitler, cuando todo culminó tan mal para los europeos durante la segunda guerra mundial. El gran problema del "principio de realidad" es para ellos la cultura instrumental, de armas y de agresión a la "otredad" (judíos, primordialmente) que adoptó la cultura alemana (la cual le servía a Freud de ejemplo para ver al sujeto humano en su desarrollo como especie cultural en general). El filósofo Martín Heidegger (1889-1976) también atiende estos aspectos del encuentro del lenguaje (el Ser) y la técnica en la moderna cultura. Heidegger paradójicamente era seguidor de muchas de las ideas del fascismo y su deseo de la muerte del otro para proteger la limpieza de sí mismo!
     En lo referente a la teoría de la pulsión, en El Malestar en la cultura, Freud proclama a Tanatos como el actante de fundamental poderío en cuanto fenómeno psíquico, inherente en el sujeto humano. Tanatos refiere a la “...pulsión de odiar y aniquilar...”, dentro de una gran complejidad instintiva de agresión, primero, y del complejo de culpa que le sigue después. La tendencia agresiva —nos dice Freud— es una disposición instintiva, innata y autónoma del ser humano y constituye el mayor obstáculo con que se tropieza para concebirse a sí mismo y dentro de la cultura. He aquí lo que será una paradoja en que una fuerza, en lo psico-social, puede llevar a la destrucción a pesar de la presencia de las fuerzas contrarias y dispuestas del Eros. Pero como veremos, Freud confiere gran peso a las poderosas fuerzas de Tanatos, inmersas e ineludibles en la psique y la conducta libidinales del sujeto humano que inclinan subconscientemente a la destrucción. ¿Cómo se consigue amar y se alcanza la libertad dentro de esta predicción tan pesimista del yo y de la cultura que lleva a la aniquilación total? Antes de todo está el primitivo Id que nos ata a fuerzas iniciales de lo no civilizado, pero es de ahí que arranca el logro de la superación y el bien colectivos. Ese Id marca la frontera que nos inicia en lo animal y nos proporciona la necesidad de cultura. Estas ideas no hubieran sido posibles sin la ruptura con la religión causada por Carlos Darwin (1809-1882) con su obra Del origen de las especies... (1859).


["Los parientes vivos más cercanos a los seres humanos son los chimpancés y los bonobos. Dicho de otro modo, las moléculas indican que los seres humanos somos una especie de gran simio. Incluso esta formulación subestima la situación, pues el 98,4 por ciento de ADN nuclear de los seres humanos y los chimpancés coincide". [...] Desde un punto de vista genético, los seres humanos no somos sino grandes simios...". ( Ghiglieri, 97)]

     Freud tomó además de la mitología griega precisamente el nombre Eros para designar las pulsiones de vida, dada su base sexual, hacia lo erótico. Junto al mito del amor recupera además la tendencia narcisista (la mismidad, del sujeto que se ama a sí mismo) y que ama al otro que satisface el Yo según su criterio o deseo egoísta. Se trata de la disolución de elementos frente a la destrucción de los mismos pues al amar se niega parte del uno para obtener parte del otro. Luego de Freud, Jacques Lacan reconoce este "estadio del espejo" con el narcisismo como proceso en que el sujeto logra reconocerse a sí mismo para formar su ego, su consciente y subconsciente. En ese sentido, el yo, en su tendencia al amor, asume una defensa paranoica que está relacionada con estas inclinaciones en que expresa sus demandas libidinales (si el "otro" no las satisface se le considera un ser abyecto). A la misma vez, el sujeto es obligado a reprimir estas demandas (porque al reconocerse la madre queda afuera) formando así la ambivalencia de su identidad entre lo consciente (el ego/yo) y lo subconsciente (el super/yo y el Ello/Id). Los impulsos que prohíben son elementos egoístas mezclados con fuerzas eróticas primitivas e incontenibles (ya que está inmiscuido el Id animal). Pero estas pulsiones internas logran, por otra parte, y de manera conflictiva, unir lo social pues se ama lo otro, a la larga, lo que parece lo mismo pero que puede ser portador de la diferencia. Si bien la tarea del yo corresponde a la autoconservación (son egoístas-narcisistas, libidinales, a la vez) fomentan una particular asociación entre las personas, ante el otro afuerino (la cultura, el sitial del Padre). ("Amarás al prójimo como a ti mismo"). Hay una fuerza que pasa al sujeto de la pulsión libidinal del yo y el narcisismo a la preservación de todos los sujetos en lo social (el otro amado), la satisfacción de estar en el mundo (que requiere y lo demanda principalmente el trabajo, la necesidad, Ananke).


"Al incorporar el Ello en la constitución "orgánica" del ser, Freud derribaba el cuarto pilar sobre el cual se sustentaba la modernidad. El primero lo había derrumbado Copérnico al demostrar que no somos el centro del universo. El segundo lo derribó Darwin al demostrar, en contra de las explicaciones bíblicas, nuestra animalidad originaria. El tercero lo derribó Einstein al probar la relatividad del tiempo. Freud demostró que no somos dueños absolutos de nuestros actos, como afirmaban las ideologías racionalistas", Mires 16-17]


     Cuando Freud escribió en 1930 El malestar en la cultura, había ya introducido el modelo estructural tripartito del yo/super-yo/ello (1923). Es un libro pesimista, posterior a la guerra europea y de cuando ya Freud se sentía viejo y debilitado. Había antes expuesto su teoría de la dualidad pulsional, de que la energía pura y simple es un ejemplo equiparable a la pulsión sexual. En 1930 Freud concibe todavía la cultura y la sociedad como productos del amor y el trabajo (la necesidad, Ananké), pero este amor se entiende cada vez más como una derivación del narcisismo primario (lo espejístico para Lacan). Este narcisismo primario lleva a considerar a los demás como potenciales enemigos y rivales de lo que el sujeto considera que es su libertad individual. La agresión surge en defensa de este narcisismo en el amor ambivalente que caracteriza al sujeto en la sociedad frente a los demás (por el egoísmo en el descargue libidinal inicial). He aquí los orígenes (compatibilidad) de la lucha entre Eros y Tanatos; de cómo uno crea la energía que confiere fortaleza y poder al otro. El amor hacia el otro podría ser egoísmo del uno mismo y temor a que el otro no te ame. El amor muchas veces no trasciende el narcisismo, y no es capaz de atender (entender) la diferencia y la otredad, siendo así capaz de destruirlas. Pero en esta agresión hacia el otro se desarrolla (en la cultura) una noción de culpa pues siempre queda la fuerza del recuerdo (aunque esté distante, en el inconsciente). Veremos que en el origen de todo se deposita el remordimiento de haber matado al padre (simbólico, el "Otro"). En el libro Totem y tabú Freud sostuvo que los hijos de la horda primitiva se organizan para matar al padre, quien posee las mujeres de la tribu de manera egoísta; pero luego se arrepienten y sienten culpa al necesitar el incuestionable liderato (y hegemonía en la organización de la tribu) que aquél ocupaba. No está demás suponer que tales asesinatos de padres primitivos se dio como actos reales que fueron creando un imaginario colectivo de culpa. La cultura se entiende por la repetición (tal y como se repiten las células). Esa repetición crea un acontecimiento (como la matanza del padre) en el imaginario cultural y su efecto de crear una culpa y haber dejado las puertas abiertas al desorden que provoca la ausencia del padre primordial. La muerte que en el inconsciente como un acontecimiento que retrotrae a la Muerte, Tánatos).
     Freud argumenta que la realidad externa que constituyente el Yo dentro de su ley suprema (principio de la realidad) le reclama  una dependencia y dominio incompatibles con su libertad (con su egoísmo). Es por ello que se debe ver el desarrollo del sujeto con el desempeño de la represión. La cultura les impone (a los sujetos) refrenos no solamente a la existencia social, sino también al desempeño biológico, lo que resulta también en restricción de los instintos libidinales, la represión de las tendencias libidinales iniciales que son eróticas (como las de los chimpancés). Estas constricciones se presentan, sin embargo, como condiciones preliminares para el progreso porque la civilización se inicia cuando se ha renunciado eficazmente al objetivo primario: esto es, a la satisfacción integral de los deseos más inmediatos (los más cercanos a la satisfacción genital). En 1933 Freud le decía a Einstein: "Desde tiempos inmemorables se extiende sobre la humanidad el proceso de desarrollo cultural (ya lo sé: otros lo llaman civilización). A ese proceso debemos nosotros lo mejor de aquello que hemos llegado a ser, pero también una parte de nuestro sufrimiento". En su explicación del porqué de las guerras, Freud encuentra una paradoja en la conducta humana. Se llega a ella porque se teme perder (o quiere recuperar) el objeto primordial del Deseo.
     Este desenvolvimiento representa una concepción dialéctica de la realidad: la civilización se presenta bajo una lucha de opuestos en la que se advierte una tesis de evolución materialista (no en el sentido histórico-social sino de evolución biológica). Se entiende que la realidad externa configura la naturaleza humana, ya que los impulsos animales se convierten en instintos humanos bajo la influencia de la esa realidad objetiva. Más allá de cómo lo concibió Freud, luego Marcuse entiende que su llamado “hombre” se configura bajo un mundo históricosocial, que influye en las estructuras psíquicas por medio de instituciones sociales en que convive con los demás. Este proceso permite que "el hombre animal" se haga un ser humano en virtud de la transformación fundamental de su naturaleza en la cultura, asumiendo trabajo organizado que conduce a la civilización. Pero Freud no contaba con el elemento de lucha de clases sociales con que sí cuenta Marcuse como "post-marxista". Freud entiende como la estructura de la sociedad instrumental y moderna no se ajusta a las mejores demandas primitivas e instintivas del individuo sino a las peores, las más destructivas y salvajes. Para él no se trata de lucha de clases sino de pugna instintiva.
     La civilización permite que el principio del placer, del cual depende directamente el Eros (que inicial y primitivamente busca una satisfacción inmediata, y que desea omitir la represión) sea subyugado y sofocado por el principio de la realidad. La satisfacción del placer resulta así diferida y trae una fatiga unida al trabajo, que, sin embargo, deviene como algo imprescindible para dar paso a la producción de bienes necesarios a la existencia que dan el trabajo y la cultura material e interactiva. La razón que es innata en el sujeto le proporciona la cualidad de sobrevivir en la naturaleza mediante el trabajo, que luego lleva a algunos grupos a apoderarse del capital y preparar el camino para la obediencia a una voz autoritaria dominante que se apropia de la producción. Freud estaba más interesado en el autoritarismo que procede del subconsciente y no en el que se escenifica en la lucha social (en el principio de realidad y las clases sociales).
     El dominio del principio de la realidad constituye de esa manera en un gran episodio traumático en el desarrollo del "hombre", tanto por lo que se refiere a su especie (filogénesis), como a su individualidad (ontogénesis). Más adelante veremos cómo la represión, entendida como fenómeno histórico, se repite continuamente y es impuesta no por la naturaleza, sino por el conflicto del hombre con el hombre y su trabajo en la cultura cargado de culpabilidad y sentido de autodestrucción narcisista. En la base teórica de los instintos Freud reconoce al principio del placer como el derecho primordial de la existencia que se inicia con lo natural y el instinto. Filogenéticamente el dominio represivo tuvo lugar por primera vez en la comunidad primitiva, cuando el primer padre monopoliza poder y placer, obligando a los hijos a renunciar a ambos aspectos. Ontogenéticamente tiene lugar durante el período de la primera infancia; la sumisión al principio de la realidad viene impuesta por los padres y educadores (lo que ahora consideramos la herencia del "imaginario colectivo"). Al dominio del padre primitivo sigue ―después de la rebelión de los hijos― el inevitable control ejercido a su vez por éstos, porque en su posterior desarrollo el clan de los hermanos se confronta con la necesidad de institucionalizarse en dominio social y político una vez más para evitar la continua violencia (R. Girard) que provoca la autoridad única que ejercía el Padre. El sujeto que se desarrolla bajo un sistema de este tipo siente los reclamos del principio de la realidad, como exigencias de ley y orden, y las transmite de generación en generación. Pero es el instinto y no la persona, lo conducente al privilegio de la libertad. Para Freud (y veremos que para Marcuse) el individuo será libre, en cuanto controle (tras recuperar) socialmente el principio del placer y lo culturalice.

     La lucha contra la libertad se reproduce así en la psique del sujeto mismo como autorepresión, y la autorepresión da impulso a su vez al dominador y sus instituciones. Ahí residiría la dinámica de la civilización, sus libertades y restricciones. Pero la penuria en la existencia enseña de diversas maneras a los seres, que no es posible satisfacer libremente los propios impulsos instintivos, que no es posible vivir bajo el principio del placer. Se requiere del fatigante trabajo para vencer la penuria y éste (el trabajo) a su vez desvía las energías sexuales de su objeto primordial que se concibe como algo biológico y no social (como Marcuse y la Escuela de Frankfurt más adelante sostendrán (ver mi libro Modernidad... ).

     Entonces cabe preguntarse sobre el surgimiento, en todo este proceso, de la culpa en el yo, la cual se produce desde un principio y parece perdurar como una maldición de generación en generación. Resulta muy difícil pasar de la etapa animal-instintiva (placer inicial) a la de la posterior represión (que es un tipo de agresión). Freud explicó este aspecto mediante sus interpretaciones de la transgresión realizada por la horda primitiva (Totem y Tabú). (La información se repite a lo largo de la historia sabemos hoy, no por herencia biológica (somática) sino por la transmisión del imaginario cultural, el traspaso simbólico que implica el uso de "la lengua" en la cultura; ver Comsky, Saussurre). La información que se transmite además de biológica resulta simbólica (lenguaje que se transmite de generación en generación). El asesinato del padre da origen a la cultura pero la culpa que queda inmersa puede llevar a la destrucción de la cultura alcanzada. Si no concibiéramos la culpa, no habría cultura, deseamos lo que no se debió desear.


"En conexión con nuestra tendencia al aprendizaje social, nuestra imaginación hizo aumentar progresivamente nuestra dependendencia de la cultura para poder sobrevivir y crear la familia. La cultura ha superado al lento proceso de selección natural que solamente genera adaptaciones a partir de mutaciones genéticas, proporcionándole un torrente de ideas e instrumentos". (Ghiglieri 89).

     Detrás de todo este pensar Freud monta  una narrativa, como ya en parte he explicado. En un principio el padre se impone  a los hijos, y para garantizar la cohesión grupal, desde la dominación, monopoliza a las mujeres —el placer— y establece tabúes y deberes hacia la horda. Estos tabúes estan fundamentados en demandas egoístas y del trabajo para satisfacer las necesidades sociales del grupo. Los hijos terminan rebelándose contra los tabúes impuestos por el padre. La rebelión culmina en el asesinato del padre, sustituido su poder luego por el clan fraterno. Con el fin de mantener la cohesión del grupo, los hijos se ven obligados a restablecer las prohibiciones, precisamente los tabúes antes implantados por el padre para evitar la lucha de uno contra el otro y de todos contra todos. El crimen primario produce así un sentimiento de culpabilidad que lleva a una restauración traumática de la autoridad social, fuera de los impulsos internos del sujeto. En este momento nace, nos dice Freud, la civilización que carga la culpa original. Y como el trabajo lleva a lo doloroso y conflictivo, el mismo se torna contario al principio del placer (que posee el egoísmo y el narcisismo del padre inicial y que también poseen los hijos). No es difícil imaginar hoy día como un adolescente tiene que reprimir sus deseos e impulsos de ser  según su agrado, ante las imposiciones de los padres, lo que lo lleva (al adolescente) a crear una estructura represiva contra ese mandato, conocida como super-ego, (aunque ya no sea tan empleada en la psicología clínica). Se trata de una estructura ambivalente de rechazo y aceptación por necesidad social y personal.
     La civilización, según Freud, ha sido creada mediante la perpetua lucha entre los instintos de vida y los instintos de muerte. Una parte de la fuerza instintiva la civilización es sublimada y por la otra es desexualizada para mantener, mediante la represión, el principio de realidad (el trabajo) y el avance de la cultura. Se abandona el deseo por la madre y se crea la represión. Se sublima la fuerza de Eros en trabajo (necesidad) por remordimiento al asesinato del padre y por necesidad de avanzar la cultura. La civilización tiene de esa manera como base una renuncia a la vida instintiva y al Eros originarios. Y esta represión de los instintos sexuales —inclusive los agresivos, de los que Eros extrae también energía para canalizarla en obras de cultura, y en trabajo— termina colocando en peligro la obra de ese mismo Eros. Se encuentra entonces la civilización en un callejón sin salida, en que por un lado se reprimen los instintos sexuales, y por otro la represión misma contradictoriamente fortalece los instintos destructivos en la cultura, que terminan por eludir la fuerza de Eros. La civilización, al tornarse represora, es incapaz de controlar la agresividad que genera, siendo ésta cada vez mayor, ya que el adelanto de la civilización se ha dado precisamente por el progreso en la renuncia instintiva, en las defensas individuales y sociales que frenan los instintos de la sexualidad. El sentido de culpa es, en ese sentido, cada vez mayor, debido a la destructividad que genera la civilización en su “progreso”. De ahí surge que la conciencia moral de la cultura sea "como una guarnición militar en la ciudad conquistada", instalada en nuestra memoria colectiva para vigilarnos y mantenernos a raya" (Neu 356). Por lo regular, se considera infantilmente que sólo dios salva de todo esto! Por otra parte, la conciencia altamente racional que puede haber alcanzado un sujeto educado suele tener una limitada influencia en esta agresión de sí mismo (interpelado por la fuerza de la neurosis impulsiva del que odia y está listo subliminalmente para la violencia). Freud, por su parte, apelaba a una cultura que trascendiera el miedo religioso y que fundara la cultura en el saber laico y secular. Tiene como herederos a racionalistas como Descartes, Kant, Hegel, Darwin, Marx, Nietzsche. Pero como luego vemos con Herbert Marcuse en Eros y civilización (1953) nuestras culturas modernas han estado muy lejanas de emplear a Eros junto a la razón, al deseo de ser libres y felices.


"... es más fácil que las personalidades se vayan configurando a base de imitar, incluso cuando nos equivocamos, que analizando la situación antes de tomar una decisión correcta. Nuestra tendencia a imitar en lugar de analizar es tan intensa que ha conseguido confundir a una legión de expertos y les ha llevado a pensar que los seres humanos no actúan por instinto sino por imitación". (Ghinglieri 89)

     En su ensayo de 1930 (El malestar en la cultura) Freud plantea que la insatisfacción del sujeto en la cultura —aceptemos que le llame “hombre”, como se lo suele nombrar de manera machista— se debe a que esa falta tiende a refrenar sus impulsos eróticos y agresivos iniciales e innatos. La cultura, por su parte, desde la imposición externa de la “ley” social (que pide el control de los impulsos egoístas del yo sexual) dominará esta agresividad, internalizándola y domándola bajo la forma de Superyó, y dirigiéndola vigilante contra el yo (en parte, el ego mismo). El individuo o sujeto en su yo puede entonces tornarse masoquista o autodestructivo (como síntoma de su represión). Ya Freud había hablado de cómo el sujeto aprende a reprimir sus deseos y a obedecer la Ley que impone la cultura patriarcal (la cultura dominante internalizada por siglos en la consciencia y la subconsciencia). Todo se relaciona, como se verá, con el Complejo de Edipo y la obediencia a la Ley del padre en sus demandas culturales. Aquí, la cultura se entiende como “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”. Freud reclama que la importancia de este concepto de cultura se comprenda cómo “El resultado final [que] ha de ser el establecimiento de un derecho al que todos [en comunidad] hayan contribuido con el sacrificio de sus instintos, y que no deje a ninguno —una vez más: con la mencionada limitación— a merced de la fuerza bruta”. No obstante, Freud se pregunta si “uno de los problemas del destino humano es el de si este equilibrio puede ser alcanzado en determinada cultura o si el conflicto en sí es inconciliable”. El hombre puede ser liberado por la cultura que internaliza y es doblegado por su condición animal. Veremos que en el mencionado libro está más cercano a creer en lo último, pues rechaza toda creencia religiosa, como pensador de la nueva ciencia psicoanalítica (en la práctica clínica y en la (meta)teoría.
    Freud propone ante todo que desde un principio se presentan en mutua oposición los instintos del yo y los instintos objetales (del rol carnal). Para designar la energía de los últimos, y exclusivamente para ella, expuso el término libido, y con esto la polaridad quedó planteada entre los instintos del yo y los instintos libidinales, dirigidos a objetos, o pulsiones amorosas en el más amplio sentido. Sin embargo, uno de estos instintos objetales, el sádico (la violencia), se distingue de los demás porque su fin no es en modo alguno amoroso, y además establece múltiples y evidentes coaliciones con los instintos del yo, manifestando su estrecho parentesco con pulsiones de posesión o apropiación, carentes de propósitos libidinales amorosos. Pero esta discrepancia pudo ser superada en sus teorías. Afirmaba que el sadismo forma parte de la vida sexual, y bien puede suceder que el juego de la crueldad sea parte, sin reconocer debidamente, del amor. La neurosis venía a ser la solución de una lucha entre los intereses de la autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la que el yo [según Freud], si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y renuncias. Debe dejar atrás su impulso de deseos animales y dar paso a los deseos civilizados.
     Considera el psicoanalista vienés que el propio instinto de muerte estaría al servicio del Eros, pues el ser vivo destruiría algo exterior, animado o inanimado, en lugar de destruirse a sí mismo. Por el contrario, al cesar esta agresión contra el exterior tendría que aumentar por fuerza la autodestrucción, proceso que de todos modos actúa constantemente. Al mismo tiempo, se puede deducir de este ejemplo que ambas clases de instintos raramente —o quizá nunca— aparecen en mutuo aislamiento, sino que se amalgaman entre sí, en proporciones distintas y muy variables, tornándose de tal modo irreconocibles para nosotros. El sadismo, admitido desde hace tiempo como instinto parcial de la sexualidad, nos enfrenta con una nomenclatura particularmente sólida entre el impulso amoroso y el instinto de destrucción. Lo mismo sucede con su símil antagónico, el masoquismo, que representa una amalgama entre la destrucción dirigida hacia dentro y la sexualidad, a través de la cual aquella tendencia destructiva, de otro modo inapreciable, se hace notable o perceptible.
     Freud entiende cómo la experiencia del amor sexual (genital) ofrece al hombre las más intensas y placenteras vivencias, estableciendo, en suma, el prototipo de toda felicidad. Considera así que aquélla debía inducir a seguir buscando en el terreno de las relaciones sexuales todas las satisfacciones que permite la vida, de manera que el erotismo genital vendría a ocupar el centro de la existencia. Pero tal camino puede conducir a una peligrosa dependencia frente a una parte del mundo exterior —ante el objeto amado que se elige—, cuando el sujeto se expone a experimentar los mayores sufrimientos si este objeto lo desprecia o si es entorpecido por la infidelidad o la muerte. Por eso los sabios de todos los tiempos han tratado de disuadir la elección de este camino. De ahí surgen la religión y el idealismo que ofrecen algún tipo de salvación o escape a esta trama del acontecer humano. Algunos llegan al extremo de sentir placer con la tortura (rechazo) ente esta incapacidad (temor) de ofrecerle salida al deseo animal del cuerpo (como algunos místicos). La regresión puede llevar a la agresión y por ello la aceptación del la alternativa que ha ofrecido el padre (la represión del Id y del yo y el control del principio del pavera versus el principio de realidad).


"Sin embargo, la cultura es el arma secreta de la humanidad en la conquista de la tierra. Aunque la cultura nunca podrá eliminar el instinto y, en general, acaba perdiendo cuando se opone a él, la cultura tiene una enorme capacidad de adaptación porque la vida resulta mucho menos arriesgada cuando los individuos obedecen a su instinto de utilizar la cultura con el fin de reducir los peligros que comporta el aprendizaje de las tenendencias de sobrevivencia". (Gliglieri 91).

     Importante resulta lo siguiente en el Eros y la cultura. El impulso amoroso que instituyó la familia sigue ejerciendo influencia en la cultura, tanto en su forma primitiva, sin renuncia a la satisfacción sexual directa, como bajo su transformación en un cariño coartado en su fin. En ambas variantes perpetúa su función de unir entre sí a un número creciente de seres con intensidad mayor que la lograda por el interés de la comunidad de trabajo. La imprecisión con que el lenguaje emplea el término “amor” está, pues, genéticamente justificada. Se le llama así a la relación entre el hombre y la mujer que ha fundado una familia sobre la base de sus necesidades genitales; pero también se denomina “amor” a los sentimientos positivos entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, a pesar de que estos vínculos deben ser considerados como amor de fin inhibido, como cariño que se extiende a toda la comunidad. Sucede que el amor coartado de su fin “natural” fue en su origen un amor plenamente sexual, y sigue siéndolo en el inconsciente humano. Ambas tendencias amorosas, la sensual y la de fin inhibido, trascienden los límites de la familia y establecen nuevos vínculos con seres, que pueden ser afuerinos, extraños.  El amor genital lleva a la formación de nuevas familias; el fin inhibido, a las “amistades”, que tienen valor en la cultura, pues escapan a muchas restricciones del amor genital, como, por ejemplo a su carácter exclusivo. Sin embargo, la relación entre el amor y la cultura deja de ser unívoca en el curso de la evolución: por un lado, el primero se opone a los intereses de la segunda, que a su vez lo amenaza con sensibles restricciones.
     Este aspecto del divorcio entre amor y cultura parece, pues, inevitable en la teoría psicoanalítica freudiana. Pero no es fácil distinguir su motivo. Comienza por manifestarse como un conflicto entre la familia y la comunidad social más amplia a la cual pertenece el individuo. Se reconoce que una de las principales finalidades de la cultura persigue la aglutinación de los hombres en grandes unidades; pero la familia no está dispuesta a renunciar al individuo. Cuanto más íntimos sean los vínculos entre los miembros de la familia, tanto mayor será muchas veces su inclinación a aislarse de los demás, tanto más difícil le resultará al sujeto el ingresar en las esferas sociales más vastas. El modo de vida en común filogenéticamente más antiguo, el único que existe en la infancia, se resiste a ser sustituido por el cultural, de origen más reciente. El desprendimiento de la familia llega a ser para todo adolescente una tarea cuya solución muchas veces le es facilitada por la sociedad mediante los ritos de pubertad y de iniciación. Se obtiene así la impresión de que aquí actúan obstáculos inherentes a todo desarrollo psíquico y en el fondo también a toda evolución orgánica. El proceso de alcanzar la cultura es tormentoso y difícil, pasar de lo erógeno infantil a la sublimación dentro de lo social requiere de esfuerzo y es un muro difícil de derribar.
     En esto Freud entiende también que el amor genital heterosexual, único que ha escapado a la proscripción, todavía es menoscabado por las restricciones de la legitimidad y de la monogamia. La cultura actual nos da claramente a entender que sólo está dispuesta a tolerar las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer polimorfa, aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido. También Freud reconoce que esta situación corresponde a un caso extremo, pues en la práctica no puede ser realizada ni siquiera durante breve tiempo (la sexualidad tiene un fuerte elemento de perversidad). Sólo los seres débiles se sometieron a tan amplia restricción de su libertad sexual, mientras que las naturalezas más fuertes únicamente la aceptaron con una condición compensadora. En una sociedad dominada por los hombres las mujeres han sido sometidas a estas culturas hasta que últimamente las cosas han cambiado. Lo mismo ocurre con las comunidades gays. Por lo tanto en el contexto contemporáneo estas ideas freudianas no dejan de ser machistas y andro-hetero-normativas y por ello hay que entenderlas en su contexto de una sociedad que era (y es, en gran medida aún) dominada por hombres egoístas). Tal vez los hombres no han cambiado tanto pero su entorno sí ha tenido grandes modificaciones que no toleran el machismo.
     Como se ha sostenido, las dos pulsiones antagónicas que constituyen la subjetividad son la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Éstas provocan una lucha permanente entre Eros y Tanatos. Mediante esa lucha se expresa la constante pugna “trágica” de los sujetos en su existencia, pues una coarta la consumación de la otra; o una posibilita la expresión de la otra. Con esta perspectiva Freud se aleja de las corrientes psicologistas de corte rousseauniano, en las que se planteaba que los seres humanos venían al mundo con una condición innata de seres sanos y buenos. Freud había escuchado decir de cierta persona (nos dice al principio en El malestar de la cultura) que en todo ser humano existe unsentimiento oceánico” de eternidad, infinitud y unión con el universo. Tal sentimiento está en la base de toda religión o sentimiento de totalidad, Para Freud, sin embargo  esto representa una ilusión empleada por el sujeto religioso para poder enfrentarse a la complejidad e inestabilidad del yo en la sociedad y en el cosmos. Es un Eros universal de sentimiento de confraternidad fundamentada en el miedo al vivir y en espera de una recompensa que libere del sufrimiento (de lo corporal). Más adelante Jacques Lacan sostendrá que después de todo lo que se encuentra es el deseo que desea el padre o la madre y éstos desean los que sus padres desean. En el origen el deseo original viene de la Nada, de la Falta de ese deseo porque nadie lo poseyó en una principio.
     De la pulsión erótica o de autoconservación (paranoia del yo) que proporcionan el yo y la cultura, se engendran las nociones de agresividad, y también de odio. Se trata de un mecanismo de defensa. La pulsión tiene a sus alrededores la represión, que es un término medio entre la huida y la condena. Eros lleva a desear la unión; Tanatos estimula la destrucción. Mientras que la destrucción caracteriza a la pulsión de muerte, las pulsiones mantienen en tensión al aparato psíquico, en la medida en que una pulsión depende de la opuesta fuerza. En un origen se entiende que el yo lo incluía todo, pero al separar o distinguirse la fuerza antagónica del mundo exterior, el yo cede su sentimiento de ser uno con el universo pleno (es el estado primitivo de la conciencia o el estadio pre-natal). Con esto se considera que en la esfera de lo psíquico aquel sentimiento pretérito se conserva en la adultez. Sin embargo, dicho “sentimiento oceánico” está más vinculado con el narcisismo ilimitado que con el sentimiento religioso. Se deriva del desamparo infantil y la nostalgia por el padre (y en cierta instancia, por la madre) que dicho desalojo suscita. La explicación es psicoanalítica y no religiosa, para nuestro analista. Freud tiende a evitar las explicaciones idealistas y metafísicas y presta atención a las expresiones de la libido corporal (lo puramente material del ser biológico en el sentido darwiniano).
    Para entender esta compleja dialéctica debemos también diferenciar a Eros y Anankhé. Freud emplea el concepto platónico de anankhé, para diferenciarlo de Eros. Anankhé se concibe como algo más que necesidad de la pura sobreviviencia. Este actante fue empleado primeramente en las conferencias de introducción al psicoanálisis y posteriormente en El malestar en la cultura (1930). Anankhé, más allá del orden simbólico que impone la cultura, es la fuerza que busca la sobrevivencia y que se posa frente a Tánatos, entendido como retorno a lo inorgánico, como el proceso de envejecimiento que va llegando día a día, a la ancianía y a la destrucción propiamente orgánica. La anankhé rige la condición animal, desorganizada, y es carente de un telós o finalidad. Es una fuerza arcaica que busca perpetuarse y que debe ser vencida para organizar y ordenar el mundo bajo parámetros y condiciones humanas y transformarlo en un cosmos. Se trata de fuerzas que en sus diálogos y confrontaciones gobiernan lo propiamente humano y de las que no se puede escapar.
     Por otro lado, en la dialéctica aparece el filos. Han sido traducidos indistintamente Eros y filos por amor y deben ser diferenciados. Eros es el amor con expresión de la forma humana, como deseo que se enfrentan a la simple necesidad. Filos da cuenta del amor directamente dirigido a una persona, a un fenómeno, a un tema buscado por la consciencia o la inteligencia y representa la entrada ya en la cultura y la civilización. La Filo-sofía, que es el amor al conocimiento e inmiscuye la razón por encima de la pulsión animal. Su opuesto es el fobos, que se puede entender como miedo, odio o desprecio (abyección), filos y fobos, dialogando y construyendo las características de las relaciones con los prójimos y con el mundo. Ambos como podemos ver se pueden relacionar con las fuerzas de Eros y Tanatos. Las obras de arte son consideradas patrimonio de una nación que ha superado el estado animal y hay mucho orgullo sobre ello (Eros). Pero ese patrimonio también llevan al nacionalismo, al patriotismo de superioridad que se convierten en odio a los demás, a los que no son considerados parte de ese patrimonio (o matrimonio). Extender el amor hacia las afueras del yo, y luego a la comunidades más inmediatas (que son análogas al Yo) resultan a los humanos muy difíciles porque hay fuerzas atávicas que atan al egoísmo primitivo que es muy paranoico y posesivo. Se puede seguir siendo copia del Padre(gorila) del principio.
     De la misma manera en que se muestran matices esenciales en la pulsión de vida entendidos como erotismo, la anankhé, (destino, necesidad, fortuna) y el filos, es necesario diferenciar los planos que se presentan en el interior de la pulsión de muerte, de Tánatos. Sería requerido entender las condiciones axiológicas de Tánatos, y para comprenderlo cabe atender el concepto heideggeriano (Martin Heidegger, (1889-1976), de dasein, que podríamos comprender como, “el ente que es, siendo para la muerte” (concepto perteneciente a la filosofía existencialista). En esta concepción el ser se traslada a la existencia que en el fondo se encuentra marcada por la conciencia de su finitud, de su muerte. Sin esta idea de la condición mortal del ser humano, el ser-sujeto se podrá creer inmortal. También habría que tener en mente la concepción de muerte en Jean-Paul Sartre (1905-1980), pero para este filosofo el sujeto invierte energía en su compromiso social en la comunidad antes de morir  [Mucho de lo anterior ha sido obtenido en consulta con el ensayo de José Eduardo Tappan Merino, “Una mirada psicoanalítica sobre Eros y Tanatos: la pulsión”, 11 de abril de 2010. Revista Carta Psicoanalítica. México.]
     Freud consideró que el comportamiento humano se muestra motivado por las pulsiones y las llamó “líbido”, a partir del latín que significa: “yo deseo”. Para Freud el sexo resulta en una necesidad tan importante (o más) que las otras en la dinámica de la psiquis. El sexo es para el sujeto humano una de las mayores necesidades corporales y sociales (simbólicas). Cuando Freud hablaba de sexo, se refería a mucho más que el coito; la libido es considera como la pulsión sexual que cumple una satisfacción con un todo más amplio que el simple encuentro de un amado (aunque ello mediatiza esta demanda y relación).
     Freud consideraba que la libido es una fuerza viviente que trasciende lo simplemente animal. Es el principio de placer que mantiene en constante movimiento para lograr el estar satisfecho y en paz, y no tener más necesidades (es un equilibrio del ser-estar). Pero se ha de inferir que detrás de todo está la “pulsión de muerte” porque al buscarse el límite y horizonte de la sensación se encuentra la muerte, y ese es el mayor horizonte del existir que se puede conocer o del que se puede tener experiencia tangible. Se considera entonces que todo sujeto tiene la tendencia a desear inconscientemente la muerte, el morir. Esto nos lleva a advertir cómo el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad, deduciéndose de ello que lo difícil de conquistar las perspectivas de ser feliz en la cultura, además de que ello queda también coartado por las limitaciones intrínsecas que lo comprometen con el malestar cultural. Dice Freud en El malestar de la cultura: “¿De qué nos sirve, por fin, una larga vida si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación?”. Una manera de olvidar u obviar ese dolor es el de anajenarse (olvidar) mientras ese malestar último no se haga presente. La religión facilita un gran alivio colectivo mediante el mito. Pero Freud veía que la religión facilitaba una neurosis colectiva originadora de miedos que eran traslados al conflicto entre el Yo y la realidad externa. El sujeto no puede vivir en paz consigo mismo ni con el otro, con el mundo que lo rodea.
     En Totem y tabú Freud mostró el camino que condujo de la familia primitiva a la fase siguiente de la vida en sociedad, es decir, a las alianzas fraternas. En un principio, al establecerse una lucha, y quitarle al padre el Poder total, y triunfar los hijos sobre el padre, descubren que una asociación puede ser más poderosa que el individuo aislado. La fase totémica de la cultura (el arrepentimiento, al ver lo difícil de que no se repita el deseo de Poder de uno sobre todos) se basa en las restricciones que los hermanos hubieron de imponerse mutuamente para consolidar este nuevo sistema. No liquidar al otro, reprimir ese instinto y dedicarse al trabajo en comunidad. Los preceptos del tabú constituyeron así el primer “Derecho”, la primera ley. La vida de los hombres en común adquirió, pues, doble fundamento: por un lado, la obligación del trabajo impuesta por las necesidades exteriores; por el otro, el poderío del amor, que imponía armonía comunitaria pero impedía al hombre prescindir de su objeto sexual, la mujer, y a ésta, de mantener esa parte separada de su seno que es el hijo. De tal manera, Eros y Ananké (amor y necesidad) se convirtieron en los padres de la cultura humana, cuyo primer resultado fue el de facilitar la vida en común a un mayor número de seres. Dado que en ello colaboraron estas dos poderosas instancias, cabría esperar que la evolución ulterior se cumpliese sin tropiezos, llevando a una dominación cada vez más perfecta del mundo exterior y al progresivo aumento del número de hombres comprendidos en la comunidad. Así, no es fácil entender cómo esta cultura podría dejar de hacer felices a sus miembros.
     No es de olvidar que la existencia es un proceso que produce mayor dolor que placer. La muerte promete la liberación final del conflicto, de sufrimiento y el dolor. Freud relacionó este proceso con el “principio de Nirvana” Se trata de una idea budista relacionada con lo que se conoce como “Cielo”, “soplido que agota”. Este estadio relaciona a la no-existencia, la nada, el vacío (lo que constituye la meta de toda vida en la filosofía budista). Evidencia de ello es el deseo de paz, que muchas veces se puede encontrar en el uso de los narcóticos, al aislamiento, la distracción, el sueño. Se puede relacionar también con el deseo de suicidio. Como cabe considerarse también con el lado contrario: la agresión, la crueldad, el asesinato y la destructividad. De ahí quizás se explica el asesinato de Caín a Abel, quien parece no complacer al padre y funda la productividad de la cultura (la agricultura y la ganadería) en otro tipo de agresión social que continúa debido al "capricho" inicial del Padre de aceptar una oferta y rechazar otra. La cultura pasa a ser como un Caín condenado por Dios que ya desde un principio carga la culpa de la desobediencia al Padre. No será hasta Federico Nietzsche que la cultura se percate de ello, surgiendo de ahí el mundo moderno que da apertura al siglo XX y su vanguardismo ya escéptico o ateo. "Dios ha muerto".
     Entiende entonces Freud la “pulsión de muerte” como una necesidad primaria de lo viviente en su necesidad de retornar inconscientemente a lo inanimado, reconociendo en este estado un signo de lo demoniaco, de destrucción, desintegración de lo viviente. Freud plantea el concepto de pulsión, teniendo en mente la sexualidad humana, y definiéndolo como un impulso originado en la excitación corporal y lo que moviliza el cuerpo para conseguir el suprimir ese estado de tensión. Con ello se reinstala el equilibrio previo al inicio del estado de la tensión provocada por el choque de las dos fuerzas.
     La pulsión de vida tiende a liberar al organismo de la acción destructora de Tánatos y lo persigue mediante la fusión con él. Gran parte de esta unión es dirigida hacia el mundo exterior mediante agresividad, y otra porción de la unión permanece en el interior del organismo. Mas Eros y Tánatos no deben concebirse como dos fuerzas simétricas en la unión pulsional. Eros constituye para Freud un factor de ligazón, así como Tánatos representa, un factor de desunión. Se trata de dos tendencias en un intento de unión y separación a la vez. Cuanto más predomine la primera, más se mantendrá la ligazón pulsional. Y cuanto más prevalece la segunda, más tenderá a disolverse la unión entre las pulsiones. En relación al equilibrio relativo y dinámico entre estas dos tendencias, una proporción variable de pulsión de muerte permanece en el individuo como un residuo, que actúa de modo silencioso, llevando inevitablemente el ser vivo hacia el deseo de muerte, de destrucción, de aniquilamiento. En este aspecto Freud no deja de seguir las ideas de Tomás Hobbes (1588-1679) respecto de la condición originaria de los seres humanos de que éste es un lobo para el otro ser humano (Homo hominis lupus). Implicada está la idea de que el Estado resulta necesario para controlar las pasiones egoístas naturales, con la resultante de que el mismo llegue como en Alemania, al fascismo. Más adelante será Herbert Marcuse (1898-1979) quien explorará más profundamente estos aspectos en Eros y civilización (1955) y el dominio que termina ejerciendo el Estado sobre las personas, especialmente la minorías y los seres diferentes.
     En relación a la agresión aparecen cambios respecto a la teoría pulsional precedente. En 1915 Freud postula que el odio es anterior al amor y que su origen radica en las pulsiones del Yo internas y de lo animal. Éstas rechazan al mundo exterior y al hacerlo coincidir con que no resulta placentero y a lo odiado. Paralelamente Freud mantiene la concepción anterior en la que reconoce otra fuente de agresión en la etapa anal-sádica del desarrollo psicosexual, que se suma a las pulsiones del Yo. Agrega en 1915 un capítulo a su obra Tres ensayos sobre una teoría sexual, en que plantea la existencia de elementos agresivos ligados a la etapa oral del desarrollo psicosexual. [Ver Paulina Corsi. “Aproximación preliminar al concepto pulsión de muerte en Freud”, Revista Chilena de neurosiquiatría. Oct. 2002].
     El peso de la vida obliga a tres posibles soluciones: la distracción en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (como el arte), o bien en narcotizarse (y otras evasiones). La religión tiende a responder al sentido de la vida, y por otro lado el sujeto busca el placer y el evitar el displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Es así que el sujeto reduce (o renuncia) a sus pretensiones de felicidad, aunque busca otras posibilidades en el hedonismo, el estoicismo, etc. Otra técnica para evitar los sufrimientos es reorientar los fines instintivos para poder eludir las frustraciones del mundo exterior. A esto se le llama sublimación. Se canaliza lo instintivo hacia satisfacciones artísticas o  científicas que alejan al sujeto cada vez más de la pugna inicial de los instintos destructivos. Son muchos los procedimientos para conquistar la felicidad o alejarse del sufrimiento, pero ninguno es del todo efectivo. La religión, sobre todo, impone un camino único para ser feliz y evitar el sufrimiento. Para ello reduce el valor de la vida y delira deformando el mundo real, intimidando a la inteligencia, infantilizando al sujeto y produciendo delirios colectivos y prometiendo imaginariamente un futuro de felicidad que supera el pasado de sufrimiento. Mas en el psicoanálisis no hay manera de eliminar el sufrimiento en la condición humana.
     Tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, lo caduco y frágil de nuestro cuerpo, y nuestra incapacidad para regular nuestras relaciones sociales. Si bien las primeras dos son inevitables no se entiende fácilmente la tercera. La pregunta sería porqué la sociedad no ofrece plena satisfacción o bienestar, lo cual genera después de todo una hostilidad hacia lo cultural. Cultura (lenguaje y técnica, ciencia y arte) es la suma de producciones que diferencian a los sujetos humanos, de los animales, y que sirve a dos fines: proteger y distinguir al sujeto de la naturaleza, y regular sus mutuas relaciones sociales en la civilización. Esta cualidad le proporciona adelanto (civilización) al sujeto, pero lo somete a sujetarse a fuerzas que pueden antagonizar su libido sexual (su libertad). Sobre todo es así en las sociedades contemporáneas en la que el sujeto aparece aplastado por las exigencias externas de la cultura que lo llevan a reprimir demandas iniciales y espontáneas del yo. 
     Para esto último el sujeto humano debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana, al poder de todos, al poder de la comunidad y en lo contemporáneo —tras pasar por fallidos procesos democráticos de la modernidad— al poder de las máquinas. Todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió a pesar de todo. Freud advierte una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir tres caminos: se subliman (en el arte, por ejemplo), se consuman para procurar placer (por ejemplo, en el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o se frustran. De este último caso se deriva parte de la hostilidad hacia la cultura que para su experiencia judía culmina en el fascismo.
     Freud aborda también los factores que se crean en el origen de la cultura, y cuáles determinan su posterior sendero. El sujeto primitivo comprendió que para sobrevivir debía organizarse con otros seres humanos. En Totem y Tabú ya Freud había visto cómo de la familia primitiva se pasó a la alianza fraternal, donde las restricciones mutuas (la instauración del temor o tabú) permitieron la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el individuo, pues se acepta algún tipo de regulación social (la Ley del Padre). Esa restricción llevó a desviar el impulso sexual hacia otro fin (impulso coartado en su objeto primordial). Se genera una especie de amor hacia toda la humanidad, pero no se anula totalmente la necesidad de satisfacción sexual directa (que permanece latente). Ambas variantes buscan unir a la comunidad con lazos más fuertes que los derivados de la necesidad de organizarse para sobrevivir.
     Mas surge luego un conflicto entre el amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura pues ésta lo amenaza con sus restricciones (surge el “principio de realidad” versus el “principio del placer”). La familia defiende el amor, y la comunidad más amplia, la cultura (el trabajo para el otro). La cultura sin embargo restringe la sexualidad refrenando su manifestación, ya que ésta necesita energía para su propio adelanto. No puede haber cultura sin represión del deseo primigenio del yo.
     Fue en Más allá del principio del placer que habían quedado postulados los dos instintos: el de vida (Eros), y el de agresión o muerte. Se entendía que ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse, como por ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, o sea, preserva su vida (suicidio u homicidio). La libido es la energía del Eros, pero más que ésta, es la tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos hacen peligrar la sociedad misma, y ésta no se mantiene unida solamente por necesidades de sobrevivencia; de aquí la necesidad de mantener lazos libidinales entre los miembros, los cuales tienden a ser egoístas y particularizados.
     Pero la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un “super-yo’, una conciencia de resistencia moral interna, que a su vez proporcionará la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad (aceptación) de castigo (de ahí la represión). La autoridad es internalizada, y el superyo tortura al yo “pecaminoso” generándole angustia. Se llega así a conocer dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad, y otro, el miedo proveniente del superyo. Ambas instancias obligan a renunciar (o refrenar)  a los instintos, con la diferencia que al segundo no es posible eludirlo del todo. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias instintivas. El remordimiento proviene primeramente por haber matado al proto-padre de la horda primitiva. Es ese tiempo (in illo tempore, en ese entonces no había conciencia moral como la hay en este estado posterior). El destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros más allá de la fuerza del Tanatos. Se trata de una paradoja en la cultura y el sujeto mismo. Por eso se ha considerado posteriormente que la educación y la terapia tienen mucho que ver en ese salto de lo primitivo y alcance de lo civilizado (Fromm).
     Tras elaborar sus teorías acerca de la idea de repetir eventos traumáticos, para llegar a dominarlos tras algún tiempo, Freud consideró la existencia de una pulsión de muerte que balanceaba la tendencia de los organismos a hacer únicamente lo que les resultaba egoístamente placentero. Los organismos, de acuerdo a esta idea, sentían el impulso de volver a su estado inanimado y pre-orgánico, pero querían consumar tal objetivo cada uno a su manera. En eso luego se reconocerá el encuentro de un placer que es goce de muerte. (Luego los estructuralistas como Roland Barthes y Julia Kristeva le llamaran Jouissance).
Las limitaciones en la teoría y la práctica de la dicotomía freudiana inicial entre ego (auto-preservación) e instintos sexuales (libido) comenzaron a aparecer unos 6 años antes de que formulara la existencia de la pulsión de muerte. El desarrollo teórico que llevó a Freud a postularla en 1920 se puede rastrear en dos ensayos donde resulta evidente la necesidad teórica de esa búsqueda. Se trata de “Introducción del narcisismo” (1914) y “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915). En el primero, y con la introducción del concepto de narcisismo, Freud comprendía que el objeto del deseo de un sujeto puede ser de carácter interno y que en esta situación, el placer que normalmente proviene de un objeto amado, se recibe por el apego libidinoso hacia uno mismo (que puede incluir la muerte). [Ver Ana Lucía Brass, “Eros y Tanatos, una tensión inevitable”, Instituto Glaux, Capital Federal Profesor guía: Mariana Márquez].
Para Freud, la esencia más profunda del sujeto consiste en impulsos instintivos tendentes a la satisfacción de ciertas necesidades primitivas. Estos impulsos van transformando en el proceso evolutivo hasta mostrarse con fortaleza en el adulto. Los primeros se dan por la necesidad de amor y aceptación, y el externo es la educación que representa las exigencias de la civilización. El odio y la destructividad dependen de la persistencia de la pulsión de muerte y de que ésta sea inseparable de la pulsión de vida que arrastra el futuro que promete la muerte. La cultura se construye, en lo esencial, a expensas de la pulsión de vida. Por consiguiente, se rompen las ligazones que permiten un cierto control de la agresividad, ya que la pulsión de muerte es mucho menos dócil que Eros. Así, Tanatos tiene como camino, (1) ya bien la autodestrucción del individuo o de la comunidad, o (2) la exteriorización como pulsión de destrucción dirigida hacia el exterior, ya sea la sociedad en el caso de sujetos en su enfrentamiento, o el estado de enemistad global, en el caso de los grupos amplios o las naciones.
     Freud pone sus esperanzas en el proceso de desarrollo de la cultura (la civilización), lo cual queda expresado en la siguiente frase: “todo lo que promueva el desarrollo de la cultura traba precaución ya que desde épocas remotas se desenvuelve en la humanidad el proceso del desarrollo de la cultura, que otros prefieren llamarla “civilización”. A este proceso se debe lo mejor que se llega a ser pese a que una buena parte de aquello que permite y posibilita el sufrimiento. Los comienzos son oscuros, y el desenlace resulta incierto". La tesis freudiana de la violencia como algo innato, debe siempre tomarse en relación con las sucesivas formas históricas que adopta. En el presente, el fenómeno más reciente que se designa como globalización trae como resultado la creciente desaparición de los límites y fronteras que garantizaban la identidad, así como la ruptura, también creciente, de las posibilidades de identificación y cohesión en los grupos/naciones, (y en el sujeto mismo en su constitución de tal). Hoy sabemos que las fronteras y territorializaciones a que estaba acostumbrado el sujeto se diluyen en el mundo cibernético contemporáneo.
     En El malestar en la cultura, Freud aborda también desde la ciencia psicoanalítica la paradoja de que un mayor desarrollo de la cultura contradictoriamente trae un aumento en la infelicidad entre los seres sociales. También alude al problema de si el estadio cultural alcanzado por la humanidad, y su previsible desarrollo futuro, está en condiciones de enfrentar con éxito las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y autodestrucción. El siempre presente instinto de destrucción, asociado al extremado grado de desarrollo de nuestra civilización, ha alcanzado en el dominio de las fuerzas elementales de la naturaleza, de la ciencia y la técnica, una de las principales fuentes de agitación, infelicidad y angustia de nuestro tiempo. El sujeto del siglo XX, en la sociedad industrial es el sujeto que se siente despojado, arrojado y sin protección de fuerzas trascendentes. En este aspecto muchos critican el que Freud no tome en cuenta el desarrollo del capitalismo y la lucha de clases (el contexto en que se forja todo este proceso). Tal es una de las críticas que le lanzaran muchos pensadores contemporáneos (Terry Eagleton, por ejemplo).
     Ya en Tótem y tabú, Freud había tratado el tema conducente a reconocer la familia primitiva (la horda) en su desarrollo de la fase superior de la vida en sociedad. La rebelión de los hijos contra el padre (el macho dominante de la horda) pone al descubierto que la asociación entre los individuos es suprema. Pero tras el caos y la lucha de uno contra los otros emerge la culpa de haber matado al padre (simbólico) y se crea una transferencial reacción de culto a su figura (que desde el recuerdo o lo fantasmal es capaz de guiar la cultura). En lo concreto el padre es remplazo por el tío, o un líder sanguinario de la comunidad (el rey, la ley, el complejo de Edipo, alguna estructura autoritaria de Poder).
     Freud llama la “fase totémica” de la cultura aquello basado en las restricciones que la alianza fraterna reclama autoimponerse para impedir la destrucción mutua (de todos contra todos) y permitir la convivencia. De aquí que las primeras leyes que conoce la humanidad se relacionan con el tabú. La vida humana obtiene por una parte la asociación y colaboración para el trabajo impuesto por las necesidades exteriores. Por otra parte, los poderosos lazos establecidos por el amor, la satisfacción del deseo, impiden a los hombres y mujeres prescindir tanto de su objeto sexual como de sus resultados (la prole). Tales son las tribulaciones del imaginario de los sujetos en la cultura. Hay ambivalencia en el amor y el odio, el luto (“mourning”) que acompaña la pérdida del objeto del amor, la culpa que persigue el haber transgredido por el deseo inicial de no obedecer la ley del padre.
     Eros y Ananké (amor y necesidad) se convierten de esta manera en actantes generadores de la cultura humana. Tiene como consecuencia inmediata el facilitar la vida en común a un mayor número de sujetos sociales. Lo designado desde entonces con el término cultura (o civilización) se constituye de esa manera como la suma de las producciones e instituciones que distancian a la especie humana de los ancestros todavía homínidos. Como doble fin cumplen el proteger al sujeto contra la naturaleza, dominándola en asociación y cooperación con otros seres, y regular las relaciones de los seres humanos entre sí.
     En su primera fase del totemismo, la cultura condujo a la dura restricción en la vida sexual: la prohibición de elegir como objeto del deseo lo más cercano y ansiado, la proscripción que conduce al incesto. Tras el tabú, la costumbre, la religión y, finalmente, la ley escrita se encargan de establecer nuevas limitaciones hasta concluir en el patriarcado global, la monogamia y la heteroxesualidad coactiva (lo que Lacan llamará la metáfora-del-padre o la Ley-del-padre o el Orden Simbólico de la cultura).
     En lo político, que consideraremos más adelante (y de lo que se ha acusado a este psicoanalista de no atender apropiadamente), Freud plantea que sobre el papel del comunismo y la distribución de los bienes, “El instinto agresivo no es una consecuencia de la propiedad, sino que regía casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando la propiedad aún era bien poca cosa…”. No obstante, habría que atender la manera en que el capitalismo y el socialismo actuales manifiestan el aspecto de agresión al otro y de amor a la humanidad, en un contexto de goce extremo de consumismo para algunos y de extrema carestía para otros (como en África).
     Finalmente a juicio de Freud
 el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si —y hasta qué punto— el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. Considera que la época actual quizá merezca nuestro particular interés, pues nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente. Reconoce Freud que bien lo saben, y de ahí buena parte de la presente agitación de los "humanos", de su infelicidad y su angustia. Sólo queda esperar —dice con algo de ironía— que la otra de ambas "potencias celestes", el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario, Tanatos. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?- nos pregunta finalmente.


[...mi estudio, ... corresponde por completo al propósito de destacar el sentimiento de culpabilidad como problema más importante de la evolución cultural, señalando que el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad. (El malestar de la cultura, Sigmund Freud).]


[Por eso también se concibe fácilmente que el sentimiento de culpabilidad engendrado por la cultura no se perciba como tal, sino que permanezca inconsciente en gran parte o se exprese como un malestar, un descontento que se trata de atribuir a otras motivaciones. Las religiones, por lo menos, jamás han dejado de reconocer la importancia del sentimiento de culpabilidad para la cultura, denominándolo "pecado" y pretendiendo librar de él a la Humanidad, aspecto éste que omití considerar en cierta ocasión. (El malestar de la cultura, Sigmund Freud)]. 


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